Por ahí leí una noticia que dice que ahora los mexicanos leemos más libros por año que hace algunos años. Así, a simple vista, parece una buena noticia, al fin y al cabo, se trata de un incremento de una actividad inherentemente buena. Veamos.
Resulta que la población lectora se redujo en un 9.2%: en el 2016 el porcentaje de población lectora resultó de 80.8% y de 71.6% en abril del 2021, según cifras reportadas por el Módulo de Lectura (Molec) del INEGI. El mismo Molec nos dice también que, quienes formamos parte de la población lectora, aumentamos el promedio de libros leídos al año de 3.4 en 2020 a 3.7 libros al año en abril 2021. Sin embargo, en 2016 el promedio era de 3.8, es decir, apenas vamos nivelándonos.
De lo anterior, podemos deducir que ahora somos menos los alfabetas mexicanos mayores de edad que leemos, pero los que lo hacemos, leemos un poquito más.
El Molec tiene la noble función de explorar y medir el comportamiento lector, entendiendo como “comportamiento lector” la “expresión social de la forma en que una persona representa y practica la lectura en el contexto de la cultura escrita que lo acoge”. Ojo, subrayo lo de “en el contexto de la cultura escrita que lo acoge”.
Los materiales considerados por MOLEC como aptos para llevar a cabo esa expresión social llamada comportamiento lector, son: libros, revistas, periódicos, historietas, páginas de Internet, foros o blogs. Afortunadamente la lectura de páginas de Internet no contempla redes sociales, ¡fiuuu!
Haciendo a un lado las revistas, periódicos, historietas, páginas de Internet, ¿qué contenidos considera el Molec cabrían bajo el manto de “libros”? Ahí les va: además de literatura, libros de texto o universitarios, autoayuda, superación personal, religión, cultura general, manuales, guías, recetarios y “otros”.
No intento ser la mala del cuento con esta somera disección de la información presentada por el Molec. Este apéndice del Inegi cumple con su labor de extender una radiografía pura y dura, pero sin juicios, del nivel de lectura de nuestra población lectora, por ello, ¡gracias! Pero, corresponde a firmas como Riedel analizarla y emitir una opinión al respecto. Y como decía el Chavo del 8, “yo opino” que el nivel de lectura en México es paupérrimo, en cantidad y en calidad.
Recuerdo un viaje que hice con mi mamá al Distrito Federal, yo tendría alrededor de 10 años (1979, ya llovió). Entramos al Sanborns de la Casa de los Azulejos y, mientras andaba por el área de libros y revistas, vi un montón de libros bien acomodados, de un formato inusual con portadas de distintos colores, con una la imagen caricaturizada de una niña bajita con una gran melena… ¿ya saben de quién hablo? ¡Sí! Mafalda. Mamá me los compras; Sí mijita, tómalos; ¡Gracias, mamá! Es fecha que no suelto esos libritos que me hicieron reír muchísimo imaginando que Mafalda, sus amigos y su barrio, eran mis amigos y mi barrio. Gracias Quino, donde quiera que te encuentres.
También viene a mi memoria una maestra en la prepa que impartía dos materias: Redacción y Clásicos, le decíamos Mariló, su nombre, María Loyola, no recuerdo sus apellidos, pero de que dejó huella en mi vida, no hay duda.
Gracias Mariló por contagiarme tu amor a la lectura y escritura. Encerrarme en mi cuarto a leer por horas, especialmente a una edad en donde una no aguanta a los padres y los padres no aguantan a una, significaba una desconexión total para adentrarme a mundos que podía sentir y vivir. Así acompañé a Siddhartha en su lucha existencial; sufrí con Gertrudis, mejor conocida como la Tía Tula, su maternidad reprimida; con Clemencia, navegué entre la traición, la lealtad y el perdón, en una Guadalajara que vivía la intervención francesa.
Y qué decir del co-autor de mi vida; mi papá, ávido lector que dejó surco en el sillón de la sala porque se le iban las horas y los días leyendo. Él me decía: “lee, lee todo lo que puedas y caiga en tus manos, ya luego aprenderás a separar los tesoros de la basura”.
El 69% de la población alfabeta NO lectora, afirma no tener tiempo o interés por leer. ¡Hazme el c%&#$=% favor! ¡Cómo no va a haber tiempo para leer si somos capaces de devorarnos una mini-serie de Netflix en una sentada!
Además de tiempo, para leer se necesita estar interesado en hacerlo. Así que, te invito a que pongamos nuestro granito de arena para revertir las cifras del Molec entre los nuestros, desde casa, ahí se anidan los hábitos, las costumbres y los vicios.
Seguramente has leído y escuchado en múltiples ocasiones que el consumo de alcohol se exacerbó a partir del confinamiento Covidiano, a lo que yo respondo: pues ¡cómo no! ¿Cómo se supone que íbamos a sobrellevar el convivir 24/7 con nuestros hijos, mascotas y parejas? ¿Cómo demonios íbamos a poder meter bajo un mismo techo la escuela, la oficina, el gimnasio, el supermercado y el cine, sin que nuestra ya de por sí endeble cordura, se viera aún más afectada?
¡Venga ese vinito tinto! Les confieso que los primeros tres meses de encierro le tupí con singular alegría. Entre mi esposo y yo nos bebíamos una botella de 750ml de vino al día (aclaro, como acompañamiento de la cena); hay quienes dirán que no es tanto, pero saquen la cuenta: 90 botellas que equivalen a 5 copas por botella, es decir, 450 copas entre dos cristianos pecadores, dan un total de 225 copas o 45 botellas per cápita. Lo habitual habría sido consumir 10 copas al mes, o sea, 2.5 copas en la salidita del sábado, o sea, 30 copas en 3 meses, y no 225 for the love of God!
Hasta que un día dije: ¡basta! Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para auto-gobernarme y poner un alto total, bueno casi total, al consumo de vino tinto, blanco y rosado; nada más de mencionarlo ya empecé a salivar, help!
Según un informe reciente de la Conadic (Comisión Nacional Contra las Adicciones) sobre la Situación de la Salud Mental y el Consumo de Sustancias Psicoactivas en México 2021, revela que el consumo de alcohol registró un incremento del 20% en los meses de confinamiento, como resultado del estrés, aislamiento social, ansiedad y preocupaciones de naturaleza variada.
Otros informes afirman que el consumo de alcohol se incrementó en un 60%. Pero, mejor quedémonos con la información del Conadic, fuente oficial del gobierno federal, para no sentir tan gacho, ya que entre el 20% y el 60% de incremento hay una graaaaan diferencia. Y mejor ni hablamos del incremento de la violencia intrafamiliar y el consumo de estupefacientes durante la pandemia, esos son temas para otra ocasión.
El incremento en el consumo de alcohol presentó a las marcas de esta industria, la oportunidad y tentación de diversificarse, y no sólo de incrementar las ventas de sus productos de línea.
En el verano del 2019, entre el calor y el confinamiento, se puso de moda el Hard Seltzer, una bebida hecha a base de agua carbonatada, alcohol y un toquecito de fruta que, pa´pronto, fue bien recibida por los más jóvenes de los consumidores, los centennials, que adoptaron esta bebida “saludable” que contiene menos de 5 grados de alcohol, aproximadamente 90 calorías, baja en carbohidratos y libre de gluten…la cosa es que, precisamente por sus características de contenido, estos jóvenes (y no tan jóvenes) beben más de la cuenta, así que sale junto con pegado.
Según datos de Expansión (21 septiembre, 2021), el crecimiento de esta categoría fue de 139% a junio de este año, y nuevos jugadores aparecen en busca de un pedazo del negocio. La próxima vez que vayas al súper o a la tienda de conveniencia, verás cómo las latas y botellas de Hard Seltzer empiezan a jugar un papel protagónico en los refrigeradores y estantes, como cáncer que hace metástasis.
Voy a cruzar la frontera y me voy a ir al mercado gringo; como comenté hace rato, algunas marcas de la categoría sucumbieron a la tentación de lanzar su Hard Seltzer; tal fue el caso de Budweiser.
Durante el medio tiempo del Super Bowl de enero 2021, recuerdo un comercial de un minuto de Budweiser que me pareció genial y me hizo reír muchísimo. El tema central del comercial fue que el año 2020 se dedicó a darnos, más bien arrojarnos limones a montones, haciendo referencia a la paliza que nos vino a dar la pandemia y al dicho: “Si la vida te da limones, haz limonada”; así fue el lanzamiento que Budweiser hizo de su Bud Light Seltzer sabor limón. Si no vieron el comercial, lo encontrarán en Youtube: Bud Light Seltzer Lemonade: Last Year´s Lemons.
Pero, ¡Oh sorpresa!, ¿qué pasa cuando una marca fuertemente posicionada como el rey de las cervezas desde 1876 (King of Beers since 1876), lanza un producto que no tiene nada qué ver con aquello que vende desde hace casi siglo y medio? Pues genera confusión entre los consumidores y un consumidor confundido simplemente no consume.
El domingo pasado (26 de septiembre), viendo el fútbol americano, llamó poderosamente mi atención un nuevo comercial de Bud Light Selter, en donde Nick Mangold, un jugador retirado de la NFL, es contratado por Budweiser para que les ayude a hacer entender al consumidor que Bud Light Seltzer no es una cerveza, sino un Hard Seltzer.
El comercial inicia con una chava diciendo, literal: “El logo de Bud Light en la lata de Seltzer hace creer a las personas que se trata de una cerveza”
Verán a Nick Mangold bloqueando el nombre de Bud Light con sus enormes dedos encintados, cada vez que alguien toma una lata del producto, dejando visibles sólo las palabras “Hard Seltzer”, ante lo cual los consumidores exclaman sorprendidos: “Ah, es un Hard Seltzer”, ¿cachan? Si no, chequen el comercial con sentido del humor de “pastelazo” de tan sólo 15 segundos, en Youtube: Bud Ligth Seltzer – Tape. Se van a reír.
Algunas cifras de este mercado gringo, nos dicen que al cierre del 2019 valía casi USD$4,000 millones y, se estima que para el 2027 podría valer USD$11,000 millones de dólares; sin duda, resulta un mercado altamente atractivo y muchos intentarán llevarse su pedazo del pastel.
En México, al parecer, la cosa también pinta bien para la categoría; la primera marca lanzada en nuestro país de Hard Seltzer, Fitzer (Monterrey, N.L.), en 2020 reportó crecimientos del 100% mes a mes durante los primeros 7 meses de su lanzamiento.
De la Hard Seltzer de Topo Chico no tengo datos, lo que sí les puedo decir es que, siendo fan de su agua mineral, me animé a probar su Hard Seltzer y francamente me supo a rayos. En fin, lo cierto es que marcas nuevas y posicionadas salivan ante la posibilidad de ser parte de este mercado.
Y, ¿a dónde voy con todo esto? Hay un par de dichos que me vienen a la mente mientras escribo: “Zapatero a tu zapato” y “Renovarse a morir”.
Zapatero a tu zapatoporque, en el mundo de la gestión de marcas, si se decide tomar el camino de la diversificación, como en el caso de Budweiser, bajo el cobijo de una marca posicionada en una categoría, al menos que estén dispuestas a invertirle en una agresiva estrategia de comunicación y marketing para lograr convencer al consumidor de que ahora el rey de las cervezas además de cerveza, también hace Hard Seltzer, mejor yo les diría, quédense como están, ni le muevan, Zapatero a tu zapato.
Renovarse o morir porque, en el mundo de la gestión de marcas, si se decide tomar el camino de la diversificación sin, por ejemplo, el respaldo abierto de Budweiser, con una estrategia poderosa de colocación tanto en el canal on-trade como off-trade, además de la obligada inversión en marketing y comunicación, yo les diría, ¡adelante!, Renovarse o morir.
Sea cual fuere el camino elegido, Riedel está para acompañar a las organizaciones y sus marcas en el diseño del camino estratégico que las llevará a diferenciarse para competir y continuar cautivando a sus audiencias ante mercado cambiantes.
Y fue así como el pasado 15 de mayo de este año Covidiano que a mis 51 años, 30 años después de la primera vez, volví a decir “Sí, acepto”.
Normalmente la expresión “No es lo mismo los tres mosqueteros que 20 años después”, se utiliza para indicar que el paso del tiempo provoca un declive inevitable de las facultades físicas y mentales. Lo que nos llevaría a deducir que,en consecuencia, cualquier persona madura que se aventure a emprender un nuevo negocio, un cambio de profesión o un segundo matrimonio, no tendría lo que se necesita para salir airoso de su nueva aventura.
Sin embargo, opino que el efecto del tiempo es, debería, tendría que ser contrario a lo que ilustra el dicho Dumasciano, siendo precisamente ese paso del tiempo el que nos equipa con la madurez emocional y sabiduría necesarias para entender que el camino que nos falta por recorrer quizá es más corto que el ya recorrido; discernir lo verdaderamente importante de aquello que no lo es; elegir nuestras batallas; disfrutar lo que le quede de tuétano a la vida.
Contraer matrimonio una segunda vez después de los 50, cuando la comezón biológica de procrear ya fue saciada y los hijos ya han emprendido su propio camino y ser testigo de la fusión de dos familias cuyos miembros se integran en el grado e intensidad que cada uno decide, sin imposiciones ni expectativas, en un dejar ser y fluir para que las piezas y personas se acomoden como quieran y cuando quieran, está resultando una verdadera delicia.
Con eso de que a todo le quiero colgar una estadística, mi nuevo estado civil y de familia me llevó a pensar en el tema de las segundas nupcias desde una perspectiva más amplia y hacerme algunos cuestionamientos al respecto: ¿Qué porcentaje de la población de México ha contraído nupcias 2 o más veces en su vida?, ¿Cuál es la demografía y características de los contrayentes reincidentes?, ¿Cuál es la proporción de divorciados y viudos? A veces estas auto-preguntas me llevan a un “rabbit hole” que parece no tener fondo, pero mi naturaleza curiosa me conmina a seguirle rascando.
Así aprendí que las Estadísticas Vitales que publica el INEGI son el resultado del recuento de los hechos más importantes de la vida de la población de un país, como son los nacimientos, defunciones, muertes fetales, matrimonios y divorcios.
Partiendo de la época de la Colonia, la primera institución en registrar los hechos vitales fue la Iglesia Católica llevando conteo de bautizos, matrimonios y defunciones, con la finalidad de cobrar los tributos pertinentes a los vivos, tanto por sus vivos, como por sus muertos. Estos registros parroquiales fueron, durante muchos (demasiados) años, la única fuente de información demográfica del país.
¿Se acuerdan de Benito Juárez y la Reforma? En 1859 entra en vigor la Ley del Matrimonio Civil y se instituye el Registro Civil en México. Pero es hasta 1874 cuando párrocos y vicarios pasan la estafeta a los jueces, quedando reglamentado el registro de los hechos vitales y del estado civil en México.
Una cosa son las leyes y otras las prácticas y costumbres; la actividad de registrar los hechos vitales de la población no ha sido exenta de irregularidades a lo largo de la historia. Si a ello sumamos la “evolución” de las herramientas empleadas para su registro, tenemos como resultado una fotografía inconsistente de la historia sociodemográfica de nuestro país.
Como muestra, un botón: el uso y costumbre de la celebración del bautizo y el registro consecuente de los hijos en las actas eclesiásticas y no en el Registro Civil, aun después de promulgadas las leyes civiles de la Reforma, resultó en una pobre recopilación de datos por parte de esta autoridad.
Entonces, ¿Cómo lograr un entendimiento de la historia y evolución sociodemográfica de nuestro país? Pues así, con lo que tengamos a la mano de fuentes informantes, consultando, estudiando, descartando, discriminando, generando estudios propios y connecting the dots, o sea, a la Riedel Way. (Sorry por tanto gerundio, me chocan, pero a veces, aplican).
Me regreso a 1874 para retomar el hilo cronológico. En ese entonces el vínculo matrimonial era, además de un contrato civil y monogámico, indisoluble (¡Jesús del huerto!).
En 1882 se crea la Dirección General de Estadística que en 1883 publica los primeros lineamientos para la elaboración de la estadística de los hechos vitales y, en ese mismo año, se crea el Sistema Nacional de Estadísticas Vitales con la tarea prioritaria de recopilar datos del Registro Civil.
Eso de la indisolubilidad del matrimonio no resultó tan buena idea y es en 1917, con la promulgación de la Ley sobre Relaciones Familiares, que se permite la disolución del vínculo matrimonial a través del divorcio. ¡Hasta que!
Y tuvieron que pasar 9 años para que se incorporara la información de divorcios a las estadísticas vitales. En total, hasta aquí, llevamos contabilizados 67 años y los esfuerzos para institucionalizar la elaboración de la estadística de hechos vitales continúan. Pero, aquí le paro con la historia.
Hablemos ahora de los formatos de registro de datos. Conciliar criterios para la captación, clasificación, codificación y divulgación de la información, es ooooootro boleto.
Todo empezó con mi interés curioso o curioso interés de entender qué onda con las segundas nupcias en nuestro país. Desde la Iglesia Católica hasta las actuales autoridades civiles, los formatos empleados para el registro de los matrimonios han pasado por una serie de ajustes y modificaciones acordes al momento de nuestra historia y, a los criterios y recursos de las autoridades responsables.
El modelo 1940 contemplaba, además de las preguntas de cajón sobre la celebración del matrimonio y los generales de los contrayentes, los campos referentes a matrimonios anteriores de uno o ambos contrayentes, pero el gusto nos duró sólo 10 años, cuando en 1951 se introduce un modelo rasurado y deficiente que elimina dichos campos; y no es hasta 1993 cuando nuevamente se incluyen. ¡Vaya laguna que impide la comparabilidad de datos! ¡Y conste que es a partir de 1917 en donde se legaliza la disolución del vínculo matrimonial! Sin embargo, el modelo 1993 no ha sido adoptado en forma homogénea en todas las entidades federativas, empleándose en algunas todavía modelos anteriores. Shit!
La utilidad y aplicación de las estadísticas vitales va más allá de la planificación de programas gubernamentales encaminados al “desarrollo” económico y social de nuestro país; también son cruciales para quienes tenemos la responsabilidad de acompañar a las marcas en la definición de su camino estratégico que las mantendrá en la jugada.
Contar con estadística que nos permita establecer un contexto sociodemográfico de una población, hacer deducciones fundamentadas del comportamiento social y económico de un segmento, que nos habilite para diseñar una metodología para un estudio de mercado que, a su vez, arrojará luz respecto del presente de una categoría y marca ilustrando las decisiones de empresarios y directivos respecto de su futuro, es oro molido, ¿cachan?
Entonces, si desde 1993 ya existe información sobre, digamos, nupcias “reincidentes”, ¿Por qué no hay al respecto estadística consistente, continua y de difusión regular? Beats me!
Con ayuda de mi equipo, encontramos algunos datos del pasado, derivados de estudios intermitentes y escasos realizados en otros países; ahí les van algunos datos sueltos: en los últimos 10 años, en la mayoría de los países hispanoamericanos, ha aumentado considerablemente el número de divorcios y disminuido el número de bodas; el promedio de duración de un matrimonio es de quince años y medio; en países latinoamericanos, el número de varones que se casan por segunda vez es un 23% mayor que el de las mujeres; en el país Vasco, casi el 15% de las personas que contraen matrimonio lo hacen en segundas nupcias, siendo la tendencia más alta entre los hombres; también en el país Vasco, a mayor edad de los cónyuges, mayor es la probabilidad de que su matrimonio sea en segundas nupcias; yéndonos aquí más cerquita, el mes pasado la Oficialía del Registro Civil de Tampico reportó que un 30 % de la población se vuelve a casar, después de divorciarse (seguro es uno de los efectos de la pandemia).
Con cero rigor científico, pero eso sí, muy divertido, lancé en mi cuenta personal de Instagram una pequeña encuesta con la pregunta: ¿Cuántas veces te has casado? El 53.3% respondió “1 vez”, el 33.3% “Ninguna” y el 13.3% “2 veces”; esta última cifra muy cercana a lo reportado por el estudio en el país Vasco.
En Riedel somos híper fans del INEGI, realmente valoramos y nos beneficiamos de su extraordinario trabajo de recopilación de información vital para el conocimiento profundo de nuestro país. Esperemos que muy pronto nos brinde conocimiento respecto de este tema actual de las segundas nupcias y, su impacto social y económico.
Yo me despido compartiendo con ustedes una imagen de la celebración de mis segundas nupcias y una frase de uno de mis hijos: “Mamá, no lo puedo creer… ¡voy a ir a tu boda!” (explosión automática de felices carcajadas de parte de los presentes que lo escucharon).
Soy de las que todavía escucha música en la radio, especialmente mientras conduzco. Me emociona pensar “¿Cuál será la siguiente canción? Espero que no sea de Darryl Hall & John Oates o de Phil Collins sin Genesis o de Jefferson Starship, ¡Qué horror!”
Tengo 52 años recién cumplidos, nací en el Summer of the 69, así se titula una canción de Brian Adams, que, dicho sea de paso, tampoco me gusta. Mi generación me hace ser ochentera, pero mi corazón está con la música de los 70´s, aunque debo admitir que mi gusto musical abarca también las décadas de los 60s, 90s y 2000s, y más de un género. (Nota aparte: no, el reggaetón no es un género, es una aberración).
Soy la quinta de siete hermanos. Mis hermanos mayores, que ya son sexagenarios, se encargaron de moldear mi gusto musical; de niña no me quedaba de otra más que escuchar lo que ellos sintonizaban en la radio, además de sus discos de acetato, cassettes y 8-track que contenían material de bandas e intérpretes de finales de los 60s y 70s; ahí y así nació mi pasión por la música.
En la sala de mi casa había un mueble enorme del tamaño de una cómoda que contenía una tornamesa para la reproducción de discos de acetatos, un dispositivo para tocar cassettes y otro para 8-track.
Soy generación X, análoga, crecí rodeada de un montón de aparatos como el mueble reproductor de música que describo; ahora son como piezas de museo y podemos encontrarlos a la venta en tiendas o mercados de antigüedades como objetos vintage con los que puedes decorar un espacio.
En casa había dos aparatos telefónicos, uno en la recámara de mis papás y otro en la sala, de esos de disco que para marcar tenías que usar el dedo índice, introducirlo en cada número y arrastrarlo hasta topar. Me sabía de memoria un montón de teléfonos, ahora no me sé ni el mío.
En fin, hablando de música y teléfonos, el otro día mientras conducía a mi casa escuchando la radio, por supuesto, me topé con una canción de Leo Sawyer, When I need you y, parte de una estrofa de esta joya musical capturó mi atención: “…the telephone can´t take the place of your smile”; de esa estrofa me quedé con la palabra “telephone” y a partir de ahí empezó mi recorrido mental por todas aquellas canciones que contienen la palabra “telephone” o hacen alusión a una llamada telefónica que, normalmente, se le hace a un amor presente o pasado, feliz o atormentado, nuevo o añejo, pero amor al fin y al cabo.
Brinqué de una década a otra hasta armar un listado de 30 canciones: desde James Taylor con You´ve got a friend (1971), que dice Winter, spring, summer or fall / All you have to do is call / And I´ll be there, pasando por Electric Light Orchestra con su triste letra de Telephone Line (1976) donde anhela que la persona del otro lado del auricular le responda: Okay, so no one’s answering / Well, can’t you just let it ring a little longer, longer, longer.
Y qué me dicen de Stevie Wonder con esa canción que no debería estar en mi listado porque no me gusta pero ni tantito: I just called to say I love you (1984), pero que incluyo sólo para demostrar que hasta los más grandes la riegan gacho; de la misma década, los fraudulentos Millie Vanilli con Baby don´t forget my number (1988), dúo popero de Múnich, Alemania que durante un par de años nos vio la cara haciendo playback, galardonados con el Premio Grammy al mejor artista revelación R&B, ¡vaya revelación!, y que pasarán a la historia como el único “artista” al que se le haya retirado dicho galardón (hasta el momento). Pero permítanme redimir a los 80s y cerrar con broche de oro con el talento único de Prince Rogers Nelson QEPD, Prince para los cuates, a quien descubrí en la secundaria; controversial, excéntrico, ecléctico con How come U don´t call me anymore (1999) que, con un corazón roto, reclama: But all I wanna know baby is / If what we had was good / Just pick up the motherfuckin’ phone.
Resulta que no tengo mucho material “telefónico” para los 90s. Así que, a falta de cantidad, calidad, menciono a dos grandes: Robert Smith y The Cure; a esta banda británica la sigo desde quinto de primaria, cuando en 1979 lanzó su primer sencillo Killing an Arab. The Cure está en esta lista por Wrong number (1997), su líder con su sombrío y melancólico look de labios pintados de rojo, ojos exageradamente delineados de negro y pelos por todos lados nos dice: Hello? are you still there? / And much too late /Sorry, wrong number. La otra banda es REM, pioneros del rock alternativo, uno de mis géneros favoritos, con Star 69 (1994).
Me gustaría cerrar con la atemporal chica material, ícono de los 80s, pesadilla de Cindy Lauper y modelo a seguir de la tristemente afamada Britney Spears: Madonna, que sigue vigente y se hace presente con Hung up en 2005 –Ring ring ring goes the telephone / The lights are on but there’s no one home / Tick tick tock it’s a quarter to two / And I’m done, I’m hanging up on you.
Seguramente no están todas las que son, ni son todas las que están, así que si tú conoces alguna canción en donde el tema central es el teléfono o una llamada telefónica, dímelo para agregarla a la playlist de Spotify de las 30 canciones motivo de esta entrega de mi blog que te comparto en esta liga:
Por cierto, me acabo de dar cuenta que no asocié este contenido con mi field of expertise, pero sin duda me divertí hilando esta lista de recuerdos imborrables, algunos felices, otros tristes, pero muy míos; recuerdos que regreso al cajón y volveré a sacar en otro momento cuando la ocasión lo amerite.
Mientras tanto, si consideras que sería oportuno y beneficioso para tu marca contratar nuestros servicios de Inteligencia y Consultoría en Marketing Estratégico, pues te digo como dice Blondie: Call Me!(1980).
¿No es de locos pensar que las primeras mujeres que se animaron a montar una bicicleta fueron tachadas de inmorales? Así es, el atrevimiento de estas usuarias pioneras del “velocípedo” les mereció el rechazo de propios y extraños.
Seguro, la posibilidad de desplazarse con libertad y explorar más allá de su territorio conocido habrá valido la pena los insultos. La historia está repleta de casos de inventos que primero escandalizaron a la sociedad por romper con las costumbres del momento, para luego, pian-pianito, ser aceptados y adoptados por la mayoría por el simple hecho de hacernos la vida más fácil, más eficiente y más grata.
Como dato curioso, derivado de la adopción de la bicicleta por parte de las mujeres, Amelia Bloomer ideó unos pantalones anchos que prácticamente consistían en una falda dividida en dos, llamados “Bloomers”, que permitían pedalear con más facilidad. No sobra decir que también esta creación recibió un rotundo rechazo de hombres y mujeres de la época.
Pero regresando al punto, ¡benditas necesidades insatisfechas! que detonan la creatividad que nos permite continuar evolucionando y perfeccionando inventos que, como la humedad, se van colando en nuestros usos y costumbres. En fin.
La evolución de algunos de los inventos más revolucionarios del S. XIX, como la bicicleta, y su eventual democratización, me llevó a pensar en un estudio de mercado que hicimos en el 2017 para una de las marcas de retail de Grupo Bodesa: El Bodegón, cadena colimense de tiendas especializadas en muebles, electrónica, línea blanca, calzado, salud y belleza. Sus clientes son los que conforman la clase media que ha visto en el crédito al consumo, un vehículo a su alcance para hacerse de artículos y productos que le hagan la vida más fácil, más eficiente y más grata, pagando abonos chiquititos durante un tiempo extendido.
Para este estudio llevamos a cabo 28 sesiones de grupo en los municipios de Tala, Zapotlanejo, Ciudad Guzmán y San Juan de los Lagos en Jalisco, Zamora y La Piedad en Michoacán, Irapuato y Cuerámaro en Guanajuato, y Colima y Manzanillo en Colima.
Una de los aspectos que disfruto muchísimo de mi trabajo, es la posibilidad de explorar las ciudades que visito, caminar sus plazas públicas, entrar a los templos, mercados, comercios, edificios públicos; platicar con la gente, comer donde los lugareños acostumbran y simplemente observar, observar, observar. Uno puede deducir mucho del comportamiento de los consumidores con el simple hecho de sentarse en una banca de la plaza y observar. Sip, dije “consumidores”, no lo puedo evitar, pues para mí el mundo es un mercado poblado de consumidores que son la razón de ser de las marcas.
Tala fue la primera ciudad de nuestro recorrido. Este municipio de la Región Valles de Jalisco con una población menor a 60,000 habitantes, tiene el movimiento y barullo de una gran ciudad. Observando el tráfico, llamó poderosamente mi atención ver a mujeres, muchas, muchas mujeres en moto; jóvenes y no tan jóvenes conduciendo este invento revolucionario del siglo XIX.
No me tachen de sexista, estaba acostumbrada a ver sólo hombres conduciendo motos, pero en este road trip por ciudades con poblaciones de menos de 100,000 habitantes, resulta que el crédito al consumo permitió a muchas mujeres y familias adquirir motos para trasladarse a sus trabajos en la gran ciudad, para llevar a sus hijos a la escuela, para transportar la mercancía que venden en su negocio, para darle “ride” al marido a la chamba, para pasear el fin de semana. En pocas palabras, para experimentar la anhelada libertad de ir y venir sin tener que depender de terceros.
Gabriela tiene 35 años, es enfermera de profesión, mamá soltera con dos hijos. Su medio de transporte es, adivinaron, una moto marca Italika; de lunes a viernes viaja en ella a Guadalajara, donde su trabajo es atender a una persona mayor durante el día. A las 4pm emprende el viaje de regreso a casa, le urge llegar a ver a sus hijos para ayudarles con sus tareas mientras prepara la comida del día siguiente. Si le da tiempo, hace algo de limpieza, cena con sus hijos y antes de acostarse ¡todos a bañar! Mañana les espera otro día.
Antes de comprar una moto Italika, de esas que venden en El Bodegón (con su respectivo casco, por supuesto), Gabriela viajaba a Guadalajara en transporte público, invirtiendo casi 5 horas de su día, ahora tiene más tiempo para ella, sus hijos y su casa. Gabriela sigue pagando la moto, pero dicho en sus propias palabras: “Me endrogué, pero vale la pena; me pagan bien en mi trabajo y me pude comprar mi moto que sigo pagando, pero no importa, ya no tengo que andar en camiones y llego más temprano a mi casa”.
La primera motocicleta fue inventada en 1885 por Gottleib Daimier. Su diseño se basó en, ¡correcto!, una bicicleta. Y pues, una cosa llevó a la otra y ahora, muchas mujeres como Gabriela pueden optar por disfrutar su libertad y mejorar sus condiciones de vida y la de sus familias.
Realmente disfruto la interacción personal, abierta y franca que se da entre los participantes y yo durante las sesiones de grupo. Escuchar sus historias me hace reflexionar respecto de la propia y, en muchas ocasiones, resultan verdaderas lecciones que, tarde o temprano, me ayudarán a entender a más consumidores y a “connect the dots”. Todos tenemos una historia que contar y yo tengo la fortuna de haber conocido cientos y cientos de éstas.
Hace unos días mi esposo fue intervenido quirúrgicamente para una reparación del tendón de Aquiles del pie izquierdo. Su deseo de volver a practicar el surf, el senderismo y de simplemente caminar sin dolor, lo llevó a tomar la decisión de operarse.
La cirugía tomó una hora, pero los cuidados en los siguientes 12 meses serán cruciales para lograr una recuperación casi total.
¿Conocen la expresión “cabin fever”? Lo más seguro es que sí, en los últimos 18 meses millones de personas la hemos padecido y, el nombre per se se explica por sí mismo; de cualquier manera, aquí les va la definición del dios Wikipedia:
“El síndrome de la cabaña, también fiebre de la cabaña, se refiere a la angustiosa irritabilidad o inquietud claustrofóbica que se experimenta cuando una persona o un grupo queda atrapado en un lugar aislado o en un lugar cerrado, durante un período prolongado de tiempo,sintiéndose como en una «prisión»”.
Regresando al tema de mi esposo, de esos 12 meses necesarios para su recuperación, apenas habían transcurrido 72 horas cuando, repentinamente, comenzó a experimentar esa “inquietud claustrofóbica” de prisionero y, francamente, yo también la empezaba a sentir en mi papel de custodia del prisionero.
Y ahora ¿quién podrá ayudarnos? “¡Nosotras!” respondieron la tecnología y la conectividad. Así que rápidamente inició la búsqueda en Google para la renta de una silla de ruedas que nos permitiera salir de nuestras cuatro paredes y tomar aire fresco.
Tres fueron nuestros criterios para elegir entre las opciones arrojadas por el buscador: cercanía, calificación y comentarios de clientes.
“Y el ganador:Houston Medical Supplies and Rentals”. Soy de las personas que creen que la adversidad estimula nuestra creatividad y fortalece nuestra resiliencia y, así como la pandemia evidenció la fragilidad de nuestros sistemas sociales y económicos, también detonó nuestra capacidad de adaptarnos y navegar estos tiempos difíciles.
Un modelo de negocio basado en la confianza mutua e impulsado por la tecnología y la conectividad.
Al llegar al domicilio nos encontramos con un edificio de arquitectura ochentera, con un estacionamiento casi vacío, sin letrero o anuncio que nos indicara que estábamos en el lugar correcto, ni nadie a quien preguntarle nada. Pero, así como hacen los vaqueros en las películas del viejo oeste, rápidamente echamos mano de nuestro celular para marcar al teléfono del establecimiento; nos respondió un hombre –“Hello, Houston Medical Supplies and Rentals”, inmediatamente detectamos un acento “no gringo”; mi esposo dijo: -“Hello, we´re outside the building but we don´t know if we´re in the right place, I´m looking for “bla bla bla” and I need to rent a wheel chair” –“You´re in the right place, please let yourself into the building and look for number #104 on your right”.
Sin colgar, entramos al edificio y tocamos en el #104, – “No hay nadie”, mi esposo le dijo al hombre, en español, – “Empuje la puerta cuando escuche un click”. Click y de repente nos vimos dentro de un espacio pequeño de 4x4m repleto de equipo ortopédico nuevecito, sillas de ruedas, muletas, auxiliares para WC, rampas y estantería con pañales para adulto, fajas y material de curación, pero ¡no había nadie! Así es, ningún empleado que nos mostrara los modelos y uso de las sillas de ruedas, que resolviera nuestras dudas como primerizos en estos menesteres… nothing!, niente!, ¡nada!
Tan acostumbrados estamos a tratar con personas en establecimientos comerciales que verdaderamente estábamos muy “sacados de onda”. Sin embargo, claramente la voz del otro lado de la línea no era la primera vez que hacía una transacción de esta forma, – “Quiere una de 18 o de 21 pulgadas”, – “Ni idea, pero necesitamos una en la que pueda llevar la pierna elevada”, – “Ah, ahí está, do you see it?”, – “Yes, sí la vemos, but how does it work?, ¿cómo le subo y bajo aquí y allá? ”… el Spanglish iba y venía entre preguntas y respuestas, hasta que nos decidimos por una silla.
Ahora la cobrada: – “Okay, now can I have your name, credit card number and security number” y, pues le dimos la información solicitada no sin algo de resistencia de nuestra parte, pero ¡ya qué! – “Just gimme a minute, Okay, el cargo ya se hizo a su tarjeta y su recibo le llegará a su e-mail, so you´re good to go, thank you very much for your purchase, and for an extra $20 dollars we can pick up the wheel chair directly at your address or you can drop it off here once you´re done”.
Un modelo de negocio que podíamos imaginar sólo para un futuro ¿lejano?, que “adelantó” su llegada por la pandemia y que ha aceitado nuestra economía tan repentinamente interrumpida, forzándonos a confiar unos en otros, en aras de continuar con nuestras vidas de la mejor manera posible. Esto se llama economía colaborativa.
Camino de regreso, nos sentimos felices, no sólo por la silla de ruedas y los paseos que haríamos, sino por haber vivido una experiencia self service de interacción-transacción habilitada y facilitada por herramientas digitales, y haber contribuido con nuestro granito de arena a esta economía basada en la confianza digital, impulsora de comunidades conectadas y, en nuestro caso, de clientes satisfechos. ¡Todo un caso de éxito! ¿No creen?