Sí, acepto (again!).
Como dice Britney Spears: “Oops!…I did it again”.
Y fue así como el pasado 15 de mayo de este año Covidiano que a mis 51 años, 30 años después de la primera vez, volví a decir “Sí, acepto”.
Normalmente la expresión “No es lo mismo los tres mosqueteros que 20 años después”, se utiliza para indicar que el paso del tiempo provoca un declive inevitable de las facultades físicas y mentales. Lo que nos llevaría a deducir que,en consecuencia, cualquier persona madura que se aventure a emprender un nuevo negocio, un cambio de profesión o un segundo matrimonio, no tendría lo que se necesita para salir airoso de su nueva aventura.
Sin embargo, opino que el efecto del tiempo es, debería, tendría que ser contrario a lo que ilustra el dicho Dumasciano, siendo precisamente ese paso del tiempo el que nos equipa con la madurez emocional y sabiduría necesarias para entender que el camino que nos falta por recorrer quizá es más corto que el ya recorrido; discernir lo verdaderamente importante de aquello que no lo es; elegir nuestras batallas; disfrutar lo que le quede de tuétano a la vida.
Contraer matrimonio una segunda vez después de los 50, cuando la comezón biológica de procrear ya fue saciada y los hijos ya han emprendido su propio camino y ser testigo de la fusión de dos familias cuyos miembros se integran en el grado e intensidad que cada uno decide, sin imposiciones ni expectativas, en un dejar ser y fluir para que las piezas y personas se acomoden como quieran y cuando quieran, está resultando una verdadera delicia.
Con eso de que a todo le quiero colgar una estadística, mi nuevo estado civil y de familia me llevó a pensar en el tema de las segundas nupcias desde una perspectiva más amplia y hacerme algunos cuestionamientos al respecto: ¿Qué porcentaje de la población de México ha contraído nupcias 2 o más veces en su vida?, ¿Cuál es la demografía y características de los contrayentes reincidentes?, ¿Cuál es la proporción de divorciados y viudos? A veces estas auto-preguntas me llevan a un “rabbit hole” que parece no tener fondo, pero mi naturaleza curiosa me conmina a seguirle rascando.
Así aprendí que las Estadísticas Vitales que publica el INEGI son el resultado del recuento de los hechos más importantes de la vida de la población de un país, como son los nacimientos, defunciones, muertes fetales, matrimonios y divorcios.
Partiendo de la época de la Colonia, la primera institución en registrar los hechos vitales fue la Iglesia Católica llevando conteo de bautizos, matrimonios y defunciones, con la finalidad de cobrar los tributos pertinentes a los vivos, tanto por sus vivos, como por sus muertos. Estos registros parroquiales fueron, durante muchos (demasiados) años, la única fuente de información demográfica del país.
¿Se acuerdan de Benito Juárez y la Reforma? En 1859 entra en vigor la Ley del Matrimonio Civil y se instituye el Registro Civil en México. Pero es hasta 1874 cuando párrocos y vicarios pasan la estafeta a los jueces, quedando reglamentado el registro de los hechos vitales y del estado civil en México.
Una cosa son las leyes y otras las prácticas y costumbres; la actividad de registrar los hechos vitales de la población no ha sido exenta de irregularidades a lo largo de la historia. Si a ello sumamos la “evolución” de las herramientas empleadas para su registro, tenemos como resultado una fotografía inconsistente de la historia sociodemográfica de nuestro país.
Como muestra, un botón: el uso y costumbre de la celebración del bautizo y el registro consecuente de los hijos en las actas eclesiásticas y no en el Registro Civil, aun después de promulgadas las leyes civiles de la Reforma, resultó en una pobre recopilación de datos por parte de esta autoridad.
Entonces, ¿Cómo lograr un entendimiento de la historia y evolución sociodemográfica de nuestro país? Pues así, con lo que tengamos a la mano de fuentes informantes, consultando, estudiando, descartando, discriminando, generando estudios propios y connecting the dots, o sea, a la Riedel Way. (Sorry por tanto gerundio, me chocan, pero a veces, aplican).
Me regreso a 1874 para retomar el hilo cronológico. En ese entonces el vínculo matrimonial era, además de un contrato civil y monogámico, indisoluble (¡Jesús del huerto!).
En 1882 se crea la Dirección General de Estadística que en 1883 publica los primeros lineamientos para la elaboración de la estadística de los hechos vitales y, en ese mismo año, se crea el Sistema Nacional de Estadísticas Vitales con la tarea prioritaria de recopilar datos del Registro Civil.
Eso de la indisolubilidad del matrimonio no resultó tan buena idea y es en 1917, con la promulgación de la Ley sobre Relaciones Familiares, que se permite la disolución del vínculo matrimonial a través del divorcio. ¡Hasta que!
Y tuvieron que pasar 9 años para que se incorporara la información de divorcios a las estadísticas vitales. En total, hasta aquí, llevamos contabilizados 67 años y los esfuerzos para institucionalizar la elaboración de la estadística de hechos vitales continúan. Pero, aquí le paro con la historia.
Hablemos ahora de los formatos de registro de datos. Conciliar criterios para la captación, clasificación, codificación y divulgación de la información, es ooooootro boleto.
Todo empezó con mi interés curioso o curioso interés de entender qué onda con las segundas nupcias en nuestro país. Desde la Iglesia Católica hasta las actuales autoridades civiles, los formatos empleados para el registro de los matrimonios han pasado por una serie de ajustes y modificaciones acordes al momento de nuestra historia y, a los criterios y recursos de las autoridades responsables.
El modelo 1940 contemplaba, además de las preguntas de cajón sobre la celebración del matrimonio y los generales de los contrayentes, los campos referentes a matrimonios anteriores de uno o ambos contrayentes, pero el gusto nos duró sólo 10 años, cuando en 1951 se introduce un modelo rasurado y deficiente que elimina dichos campos; y no es hasta 1993 cuando nuevamente se incluyen. ¡Vaya laguna que impide la comparabilidad de datos! ¡Y conste que es a partir de 1917 en donde se legaliza la disolución del vínculo matrimonial! Sin embargo, el modelo 1993 no ha sido adoptado en forma homogénea en todas las entidades federativas, empleándose en algunas todavía modelos anteriores. Shit!
La utilidad y aplicación de las estadísticas vitales va más allá de la planificación de programas gubernamentales encaminados al “desarrollo” económico y social de nuestro país; también son cruciales para quienes tenemos la responsabilidad de acompañar a las marcas en la definición de su camino estratégico que las mantendrá en la jugada.
Contar con estadística que nos permita establecer un contexto sociodemográfico de una población, hacer deducciones fundamentadas del comportamiento social y económico de un segmento, que nos habilite para diseñar una metodología para un estudio de mercado que, a su vez, arrojará luz respecto del presente de una categoría y marca ilustrando las decisiones de empresarios y directivos respecto de su futuro, es oro molido, ¿cachan?
Entonces, si desde 1993 ya existe información sobre, digamos, nupcias “reincidentes”, ¿Por qué no hay al respecto estadística consistente, continua y de difusión regular? Beats me!
Con ayuda de mi equipo, encontramos algunos datos del pasado, derivados de estudios intermitentes y escasos realizados en otros países; ahí les van algunos datos sueltos: en los últimos 10 años, en la mayoría de los países hispanoamericanos, ha aumentado considerablemente el número de divorcios y disminuido el número de bodas; el promedio de duración de un matrimonio es de quince años y medio; en países latinoamericanos, el número de varones que se casan por segunda vez es un 23% mayor que el de las mujeres; en el país Vasco, casi el 15% de las personas que contraen matrimonio lo hacen en segundas nupcias, siendo la tendencia más alta entre los hombres; también en el país Vasco, a mayor edad de los cónyuges, mayor es la probabilidad de que su matrimonio sea en segundas nupcias; yéndonos aquí más cerquita, el mes pasado la Oficialía del Registro Civil de Tampico reportó que un 30 % de la población se vuelve a casar, después de divorciarse (seguro es uno de los efectos de la pandemia).
Con cero rigor científico, pero eso sí, muy divertido, lancé en mi cuenta personal de Instagram una pequeña encuesta con la pregunta: ¿Cuántas veces te has casado? El 53.3% respondió “1 vez”, el 33.3% “Ninguna” y el 13.3% “2 veces”; esta última cifra muy cercana a lo reportado por el estudio en el país Vasco.
En Riedel somos híper fans del INEGI, realmente valoramos y nos beneficiamos de su extraordinario trabajo de recopilación de información vital para el conocimiento profundo de nuestro país. Esperemos que muy pronto nos brinde conocimiento respecto de este tema actual de las segundas nupcias y, su impacto social y económico.
Yo me despido compartiendo con ustedes una imagen de la celebración de mis segundas nupcias y una frase de uno de mis hijos: “Mamá, no lo puedo creer… ¡voy a ir a tu boda!” (explosión automática de felices carcajadas de parte de los presentes que lo escucharon).
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