¿No es de locos pensar que las primeras mujeres que se animaron a montar una bicicleta fueron tachadas de inmorales?  Así es, el atrevimiento de estas usuarias pioneras del “velocípedo” les mereció el rechazo de propios y extraños. 

Seguro, la posibilidad de desplazarse con libertad y explorar más allá de su territorio conocido habrá valido la pena los insultos. La historia está repleta de casos de inventos que primero escandalizaron a la sociedad por romper con las costumbres del momento, para luego, pian-pianito, ser aceptados y adoptados por la mayoría por el simple hecho de hacernos la vida más fácil, más eficiente y más grata.

Como dato curioso, derivado de la adopción de la bicicleta por parte de las mujeres, Amelia Bloomer ideó unos pantalones anchos que prácticamente consistían en una falda dividida en dos, llamados “Bloomers”, que permitían pedalear con más facilidad.  No sobra decir que también esta creación recibió un rotundo rechazo de hombres y mujeres de la época.

Pero regresando al punto, ¡benditas necesidades insatisfechas! que detonan la creatividad que nos permite continuar evolucionando y perfeccionando inventos que, como la humedad, se van colando en nuestros usos y costumbres.  En fin.

La evolución de algunos de los inventos más revolucionarios del S. XIX, como la bicicleta, y su eventual democratización, me llevó a pensar en un estudio de mercado que hicimos en el 2017 para una de las marcas de retail de Grupo Bodesa: El Bodegón, cadena colimense de tiendas especializadas en muebles, electrónica, línea blanca, calzado, salud y belleza. Sus clientes son los que conforman la clase media que ha visto en el crédito al consumo, un vehículo a su alcance para hacerse de artículos y productos que le hagan la vida más fácil, más eficiente y más grata, pagando abonos chiquititos durante un tiempo extendido.

Para este estudio llevamos a cabo 28 sesiones de grupo en los municipios de Tala, Zapotlanejo, Ciudad Guzmán y San Juan de los Lagos en Jalisco, Zamora y La Piedad en Michoacán, Irapuato y Cuerámaro en Guanajuato, y Colima y Manzanillo en Colima.

Una de los aspectos que disfruto muchísimo de mi trabajo, es la posibilidad de explorar las ciudades que visito, caminar sus plazas públicas, entrar a los templos, mercados, comercios, edificios públicos; platicar con la gente, comer donde los lugareños acostumbran y simplemente observar, observar, observar.  Uno puede deducir mucho del comportamiento de los consumidores con el simple hecho de sentarse en una banca de la plaza y observar.  Sip, dije “consumidores”, no lo puedo evitar, pues para mí el mundo es un mercado poblado de consumidores que son la razón de ser de las marcas.

Tala fue la primera ciudad de nuestro recorrido.  Este municipio de la Región Valles de Jalisco con una población menor a 60,000 habitantes, tiene el movimiento y barullo de una gran ciudad. Observando el tráfico, llamó poderosamente mi atención ver a mujeres, muchas, muchas mujeres en moto; jóvenes y no tan jóvenes conduciendo este invento revolucionario del siglo XIX.

No me tachen de sexista, estaba acostumbrada a ver sólo hombres conduciendo motos, pero en este road trip por ciudades con poblaciones de menos de 100,000 habitantes, resulta que el crédito al consumo permitió a muchas mujeres y familias adquirir motos para trasladarse a sus trabajos en la gran ciudad, para llevar a sus hijos a la escuela, para transportar la mercancía que venden en su negocio, para darle “ride” al marido a la chamba, para pasear el fin de semana. En pocas palabras, para experimentar la anhelada libertad de ir y venir sin tener que depender de terceros.

Gabriela tiene 35 años, es enfermera de profesión, mamá soltera con dos hijos.  Su medio de transporte es, adivinaron, una moto marca Italika; de lunes a viernes viaja en ella a Guadalajara, donde su trabajo es atender a una persona mayor durante el día.  A las 4pm emprende el viaje de regreso a casa, le urge llegar a ver a sus hijos para ayudarles con sus tareas mientras prepara la comida del día siguiente. Si le da tiempo, hace algo de limpieza, cena con sus hijos y antes de acostarse ¡todos a bañar! Mañana les espera otro día.

Antes de comprar una moto Italika, de esas que venden en El Bodegón (con su respectivo casco, por supuesto), Gabriela viajaba a Guadalajara en transporte público, invirtiendo casi 5 horas de su día, ahora tiene más tiempo para ella, sus hijos y su casa.  Gabriela sigue pagando la moto, pero dicho en sus propias palabras: “Me endrogué, pero vale la pena; me pagan bien en mi trabajo y me pude comprar mi moto que sigo pagando, pero no importa, ya no tengo que andar en camiones y llego más temprano a mi casa”.

La primera motocicleta fue inventada en 1885 por Gottleib Daimier. Su diseño se basó en, ¡correcto!, una bicicleta.  Y pues, una cosa llevó a la otra y ahora, muchas mujeres como Gabriela pueden optar por disfrutar su libertad y mejorar sus condiciones de vida y la de sus familias.

Realmente disfruto la interacción personal, abierta y franca que se da entre los participantes y yo durante las sesiones de grupo. Escuchar sus historias me hace reflexionar respecto de la propia y, en muchas ocasiones, resultan verdaderas lecciones que, tarde o temprano, me ayudarán a entender a más consumidores y a “connect the dots”.  Todos tenemos una historia que contar y yo tengo la fortuna de haber conocido cientos y cientos de éstas.

Riedel