Por ahí leí una noticia que dice que ahora los mexicanos leemos más libros por año que hace algunos años. Así, a simple vista, parece una buena noticia, al fin y al cabo, se trata de un incremento de una actividad inherentemente buena. Veamos.
Resulta que la población lectora se redujo en un 9.2%: en el 2016 el porcentaje de población lectora resultó de 80.8% y de 71.6% en abril del 2021, según cifras reportadas por el Módulo de Lectura (Molec) del INEGI. El mismo Molec nos dice también que, quienes formamos parte de la población lectora, aumentamos el promedio de libros leídos al año de 3.4 en 2020 a 3.7 libros al año en abril 2021. Sin embargo, en 2016 el promedio era de 3.8, es decir, apenas vamos nivelándonos.
De lo anterior, podemos deducir que ahora somos menos los alfabetas mexicanos mayores de edad que leemos, pero los que lo hacemos, leemos un poquito más.
El Molec tiene la noble función de explorar y medir el comportamiento lector, entendiendo como “comportamiento lector” la “expresión social de la forma en que una persona representa y practica la lectura en el contexto de la cultura escrita que lo acoge”. Ojo, subrayo lo de “en el contexto de la cultura escrita que lo acoge”.
Los materiales considerados por MOLEC como aptos para llevar a cabo esa expresión social llamada comportamiento lector, son: libros, revistas, periódicos, historietas, páginas de Internet, foros o blogs. Afortunadamente la lectura de páginas de Internet no contempla redes sociales, ¡fiuuu!
Haciendo a un lado las revistas, periódicos, historietas, páginas de Internet, ¿qué contenidos considera el Molec cabrían bajo el manto de “libros”? Ahí les va: además de literatura, libros de texto o universitarios, autoayuda, superación personal, religión, cultura general, manuales, guías, recetarios y “otros”.
No intento ser la mala del cuento con esta somera disección de la información presentada por el Molec. Este apéndice del Inegi cumple con su labor de extender una radiografía pura y dura, pero sin juicios, del nivel de lectura de nuestra población lectora, por ello, ¡gracias! Pero, corresponde a firmas como Riedel analizarla y emitir una opinión al respecto. Y como decía el Chavo del 8, “yo opino” que el nivel de lectura en México es paupérrimo, en cantidad y en calidad.
Recuerdo un viaje que hice con mi mamá al Distrito Federal, yo tendría alrededor de 10 años (1979, ya llovió). Entramos al Sanborns de la Casa de los Azulejos y, mientras andaba por el área de libros y revistas, vi un montón de libros bien acomodados, de un formato inusual con portadas de distintos colores, con una la imagen caricaturizada de una niña bajita con una gran melena… ¿ya saben de quién hablo? ¡Sí! Mafalda. Mamá me los compras; Sí mijita, tómalos; ¡Gracias, mamá! Es fecha que no suelto esos libritos que me hicieron reír muchísimo imaginando que Mafalda, sus amigos y su barrio, eran mis amigos y mi barrio. Gracias Quino, donde quiera que te encuentres.
También viene a mi memoria una maestra en la prepa que impartía dos materias: Redacción y Clásicos, le decíamos Mariló, su nombre, María Loyola, no recuerdo sus apellidos, pero de que dejó huella en mi vida, no hay duda.
Gracias Mariló por contagiarme tu amor a la lectura y escritura. Encerrarme en mi cuarto a leer por horas, especialmente a una edad en donde una no aguanta a los padres y los padres no aguantan a una, significaba una desconexión total para adentrarme a mundos que podía sentir y vivir. Así acompañé a Siddhartha en su lucha existencial; sufrí con Gertrudis, mejor conocida como la Tía Tula, su maternidad reprimida; con Clemencia, navegué entre la traición, la lealtad y el perdón, en una Guadalajara que vivía la intervención francesa.
Y qué decir del co-autor de mi vida; mi papá, ávido lector que dejó surco en el sillón de la sala porque se le iban las horas y los días leyendo. Él me decía: “lee, lee todo lo que puedas y caiga en tus manos, ya luego aprenderás a separar los tesoros de la basura”.
El 69% de la población alfabeta NO lectora, afirma no tener tiempo o interés por leer. ¡Hazme el c%&#$=% favor! ¡Cómo no va a haber tiempo para leer si somos capaces de devorarnos una mini-serie de Netflix en una sentada!
Además de tiempo, para leer se necesita estar interesado en hacerlo. Así que, te invito a que pongamos nuestro granito de arena para revertir las cifras del Molec entre los nuestros, desde casa, ahí se anidan los hábitos, las costumbres y los vicios.
Cada vez que me toca estar en el aeropuerto de Guadalajara, CDMX, Tijuana o de cualquier otra ciudad de México, me divierto contando, así es contando, por ejemplo:
De cada 10 personas que cargan una bolsa que contiene una caja de donas de Krispy Kreme, 8 tienen algún grado de sobrepeso. El mismo ejercicio he hecho con Marisa y sus galletas, sólo que en este caso 7 de 10 personas que llevan alguna caja las delicias de mi tocaya, presentan algún grado de sobrepeso. ¿Querrá decir que los productos de mi tocaya no son tan “engordadores” como los de Krispy Kreme? Lo dudo, pero habrá que contratar los servicios de Inteligencia de Riedel para responder a tan importante pregunta que, pensándolo bien, si lo extrapolamos al tema de la obesidad y sus consecuencias en la salud de nuestra población, pues ya se pone serio el asunto.
Lo que sí puedo concluir sin hacer un estudio de mercado, es que las etiquetas de Exceso de Calorías y Exceso de Azúcar, nos vienen valiendo (beeeeeep).
Bueno de regreso al tema, a través de mi juego de contar durante mis inevitables estancias en los caóticos aeropuertos de nuestro país, he descubierto usos y costumbres que me parecen interesantes y que son exclusivas de mis hermanos mexicanos.
¿Han observado que en los aeropuertos, bebés y niños pequeños llegan envueltos o literal, arrastrando la cobija? Así es, sin importar si hace frío o calor, si el Aire Acondicionado jala o no, el caso es que, si observas bien, verás cobijas por todos lados, de esas cobijas suavecitas y aterciopeladas con imágenes de unicornios, súper héroes, princesas, animalitos, figuras abstractas y escudos de equipos deportivos.
5 de cada 10 niños viajeros las portan, junto con el montón de maletas, mochilas y bultos con los que cargan sus padres y parientes, quienes se reparten los kilos para evitar pagar el costo abusivo del exceso de equipaje que cobran las aerolíneas.
Quiero imaginar a estas cobijas como una extensión del amor y cuidados, a veces exagerados, de una mamá hacia sus hijos. Aunque, siendo sinceros, en la histeria colectiva y contagiosa que se vive en los aeropuertos, ese amor y cuidados maternos, no salva a los pequeños de regaños y zapes que reciben en caso de no comportarse a la altura de las circunstancias.
Cuando veo esas cobijas que, si las hilvanamos bien podrían alfombrar grandes superficies del piso de los aeropuertos, no puedo evitar pensar en la marca San Marcos, ¡vaya posicionamiento sólido! Casi puedo asegurar que, si tienes 30 o más años, la conoces.
Es más, te apuesto a que en automático visualizaste una enorme cobija, en tonos café y beige, con la imagen de algún felino tamaño real. Seguro en algún momento de tu vida te cubriste con una de éstas cobijotas, ¡Ah qué sensación tan rica! Sensación que traspasaba la piel y nos hacía sentir alivio y protección, ¿a poco no?
Las cobijas San Marcos ya no se fabrican, ahora sólo hay cobijas “tipo” San Marcos, así que, si tienes una, corre a revisar si ésta porta la etiqueta con la imagen del ingreso al jardín de San Marcos en Aguascalientes, si sí, ¡Consérvala! Quizá en algunos años puedas subastarla en algún evento de Sotheby o Christie y sacarle una lana.
La historia de Grupo Textil San Marcos y su fundador es de esas que deberían pregonarse a los cuatro vientos y servir como ejemplo e inspiración para emprendedores y empresarios, hombres y mujeres, chicos y grandes. Su fundador, Don Jesús Rivera Franco, de Teocaltiche, Jalisco, nació en una familia de pequeños industriales dedicados a la fabricación de sombreros. En la época de la Cristiada, la familia decide trasladarse a Aguascalientes por ahí de 1920s, encontrando la tan anhelada seguridad, más no prosperidad, por lo que a los pocos años regresan a su terruño. A los 15 años de edad, el joven Jesús, que en su ADN figuraba el gen del emprendimiento, regresa a Aguascalientes y se emplea en una fábrica de sarapes, así nació su interés por lo textiles y la confección. Y lo que empezó en un pequeño taller, se convirtió en un grupo industrial con más de 10 plantas y 4,000 colaboradores.
No en balde, Don Jesús es una figura reconocida y reverenciada por los acuicalitenses, si Ayn Rand hubiera sabido de él, seguramente la historia de este gran visionario la habría inspirado para crear algún personaje a la altura de Henry Reardon, el exitoso industrial del acero de su libro Atlas Shrugged (La Rebelión de Atlas, USA, New American Library,1957).
Pero cuando de negocios de tinte industrial se trata, nadie como los regios: en 1990 Cydsa le compra el “bizne” a Don Jesús quien, con el mismo entusiasmo de sus años mozos, emprende una aventura inmobiliaria convirtiéndose en pionero desarrollador de conocidos fraccionamientos de la ciudad que lo vio prosperar: Fraccionamiento del Valle, Fraccionamiento Modelo, El Fraccionamiento Bosques del Prado y Bosques del Prado Oriente, Fraccionamiento Residencial del Rio San Pedro. Como buen visionario, desarrollo también un edificio de uso mixto con comercios y oficinas al norte de la ciudad llamado Torreplaza Bosques. Entre los últimos proyectos inmobiliarios de este pro-hombre, estuvo el Centro de Abastos Viñedos San Marcos.
Al día de hoy, Aguascalientes ocupa la posición 27 a nivel nacional en el ranking de los estados con mayor crecimiento en la demanda de propiedades residenciales, comerciales, industriales, oficinas y terrenos en venta y renta, con un incremento del 14% en su demanda inmobiliaria versus 1Q del 2020, según reporta Lamudi.
Me gusta conocer las historias de hombres y mujeres que se anticiparon al futuro y le apostaron sangre, sudor, lágrimas y lana al desarrollo de una ciudad, y que ahora son los hombros sobre los cuales otros nos apoyamos para aportar nuestro trabajo, talento, recursos e impuestos, ¡con todo y la 4T!
Regresando a mi divertida costumbre de contar personas y cosas en los aeropuertos, les ofrezco una disculpa por no ofrecerles una imagen de algún niño envuelto como tamal en su cobija tipo San Marcos; la verdad no quise arriesgarme a que la policía me arrestara por andar fotografiando furtivamente a estos infantes viajeros. En su lugar, les dejo a Homero Simpson en los brazos de Morfeo, bien tapadito con una cobija original San Marcos.
Y fue así como el pasado 15 de mayo de este año Covidiano que a mis 51 años, 30 años después de la primera vez, volví a decir “Sí, acepto”.
Normalmente la expresión “No es lo mismo los tres mosqueteros que 20 años después”, se utiliza para indicar que el paso del tiempo provoca un declive inevitable de las facultades físicas y mentales. Lo que nos llevaría a deducir que,en consecuencia, cualquier persona madura que se aventure a emprender un nuevo negocio, un cambio de profesión o un segundo matrimonio, no tendría lo que se necesita para salir airoso de su nueva aventura.
Sin embargo, opino que el efecto del tiempo es, debería, tendría que ser contrario a lo que ilustra el dicho Dumasciano, siendo precisamente ese paso del tiempo el que nos equipa con la madurez emocional y sabiduría necesarias para entender que el camino que nos falta por recorrer quizá es más corto que el ya recorrido; discernir lo verdaderamente importante de aquello que no lo es; elegir nuestras batallas; disfrutar lo que le quede de tuétano a la vida.
Contraer matrimonio una segunda vez después de los 50, cuando la comezón biológica de procrear ya fue saciada y los hijos ya han emprendido su propio camino y ser testigo de la fusión de dos familias cuyos miembros se integran en el grado e intensidad que cada uno decide, sin imposiciones ni expectativas, en un dejar ser y fluir para que las piezas y personas se acomoden como quieran y cuando quieran, está resultando una verdadera delicia.
Con eso de que a todo le quiero colgar una estadística, mi nuevo estado civil y de familia me llevó a pensar en el tema de las segundas nupcias desde una perspectiva más amplia y hacerme algunos cuestionamientos al respecto: ¿Qué porcentaje de la población de México ha contraído nupcias 2 o más veces en su vida?, ¿Cuál es la demografía y características de los contrayentes reincidentes?, ¿Cuál es la proporción de divorciados y viudos? A veces estas auto-preguntas me llevan a un “rabbit hole” que parece no tener fondo, pero mi naturaleza curiosa me conmina a seguirle rascando.
Así aprendí que las Estadísticas Vitales que publica el INEGI son el resultado del recuento de los hechos más importantes de la vida de la población de un país, como son los nacimientos, defunciones, muertes fetales, matrimonios y divorcios.
Partiendo de la época de la Colonia, la primera institución en registrar los hechos vitales fue la Iglesia Católica llevando conteo de bautizos, matrimonios y defunciones, con la finalidad de cobrar los tributos pertinentes a los vivos, tanto por sus vivos, como por sus muertos. Estos registros parroquiales fueron, durante muchos (demasiados) años, la única fuente de información demográfica del país.
¿Se acuerdan de Benito Juárez y la Reforma? En 1859 entra en vigor la Ley del Matrimonio Civil y se instituye el Registro Civil en México. Pero es hasta 1874 cuando párrocos y vicarios pasan la estafeta a los jueces, quedando reglamentado el registro de los hechos vitales y del estado civil en México.
Una cosa son las leyes y otras las prácticas y costumbres; la actividad de registrar los hechos vitales de la población no ha sido exenta de irregularidades a lo largo de la historia. Si a ello sumamos la “evolución” de las herramientas empleadas para su registro, tenemos como resultado una fotografía inconsistente de la historia sociodemográfica de nuestro país.
Como muestra, un botón: el uso y costumbre de la celebración del bautizo y el registro consecuente de los hijos en las actas eclesiásticas y no en el Registro Civil, aun después de promulgadas las leyes civiles de la Reforma, resultó en una pobre recopilación de datos por parte de esta autoridad.
Entonces, ¿Cómo lograr un entendimiento de la historia y evolución sociodemográfica de nuestro país? Pues así, con lo que tengamos a la mano de fuentes informantes, consultando, estudiando, descartando, discriminando, generando estudios propios y connecting the dots, o sea, a la Riedel Way. (Sorry por tanto gerundio, me chocan, pero a veces, aplican).
Me regreso a 1874 para retomar el hilo cronológico. En ese entonces el vínculo matrimonial era, además de un contrato civil y monogámico, indisoluble (¡Jesús del huerto!).
En 1882 se crea la Dirección General de Estadística que en 1883 publica los primeros lineamientos para la elaboración de la estadística de los hechos vitales y, en ese mismo año, se crea el Sistema Nacional de Estadísticas Vitales con la tarea prioritaria de recopilar datos del Registro Civil.
Eso de la indisolubilidad del matrimonio no resultó tan buena idea y es en 1917, con la promulgación de la Ley sobre Relaciones Familiares, que se permite la disolución del vínculo matrimonial a través del divorcio. ¡Hasta que!
Y tuvieron que pasar 9 años para que se incorporara la información de divorcios a las estadísticas vitales. En total, hasta aquí, llevamos contabilizados 67 años y los esfuerzos para institucionalizar la elaboración de la estadística de hechos vitales continúan. Pero, aquí le paro con la historia.
Hablemos ahora de los formatos de registro de datos. Conciliar criterios para la captación, clasificación, codificación y divulgación de la información, es ooooootro boleto.
Todo empezó con mi interés curioso o curioso interés de entender qué onda con las segundas nupcias en nuestro país. Desde la Iglesia Católica hasta las actuales autoridades civiles, los formatos empleados para el registro de los matrimonios han pasado por una serie de ajustes y modificaciones acordes al momento de nuestra historia y, a los criterios y recursos de las autoridades responsables.
El modelo 1940 contemplaba, además de las preguntas de cajón sobre la celebración del matrimonio y los generales de los contrayentes, los campos referentes a matrimonios anteriores de uno o ambos contrayentes, pero el gusto nos duró sólo 10 años, cuando en 1951 se introduce un modelo rasurado y deficiente que elimina dichos campos; y no es hasta 1993 cuando nuevamente se incluyen. ¡Vaya laguna que impide la comparabilidad de datos! ¡Y conste que es a partir de 1917 en donde se legaliza la disolución del vínculo matrimonial! Sin embargo, el modelo 1993 no ha sido adoptado en forma homogénea en todas las entidades federativas, empleándose en algunas todavía modelos anteriores. Shit!
La utilidad y aplicación de las estadísticas vitales va más allá de la planificación de programas gubernamentales encaminados al “desarrollo” económico y social de nuestro país; también son cruciales para quienes tenemos la responsabilidad de acompañar a las marcas en la definición de su camino estratégico que las mantendrá en la jugada.
Contar con estadística que nos permita establecer un contexto sociodemográfico de una población, hacer deducciones fundamentadas del comportamiento social y económico de un segmento, que nos habilite para diseñar una metodología para un estudio de mercado que, a su vez, arrojará luz respecto del presente de una categoría y marca ilustrando las decisiones de empresarios y directivos respecto de su futuro, es oro molido, ¿cachan?
Entonces, si desde 1993 ya existe información sobre, digamos, nupcias “reincidentes”, ¿Por qué no hay al respecto estadística consistente, continua y de difusión regular? Beats me!
Con ayuda de mi equipo, encontramos algunos datos del pasado, derivados de estudios intermitentes y escasos realizados en otros países; ahí les van algunos datos sueltos: en los últimos 10 años, en la mayoría de los países hispanoamericanos, ha aumentado considerablemente el número de divorcios y disminuido el número de bodas; el promedio de duración de un matrimonio es de quince años y medio; en países latinoamericanos, el número de varones que se casan por segunda vez es un 23% mayor que el de las mujeres; en el país Vasco, casi el 15% de las personas que contraen matrimonio lo hacen en segundas nupcias, siendo la tendencia más alta entre los hombres; también en el país Vasco, a mayor edad de los cónyuges, mayor es la probabilidad de que su matrimonio sea en segundas nupcias; yéndonos aquí más cerquita, el mes pasado la Oficialía del Registro Civil de Tampico reportó que un 30 % de la población se vuelve a casar, después de divorciarse (seguro es uno de los efectos de la pandemia).
Con cero rigor científico, pero eso sí, muy divertido, lancé en mi cuenta personal de Instagram una pequeña encuesta con la pregunta: ¿Cuántas veces te has casado? El 53.3% respondió “1 vez”, el 33.3% “Ninguna” y el 13.3% “2 veces”; esta última cifra muy cercana a lo reportado por el estudio en el país Vasco.
En Riedel somos híper fans del INEGI, realmente valoramos y nos beneficiamos de su extraordinario trabajo de recopilación de información vital para el conocimiento profundo de nuestro país. Esperemos que muy pronto nos brinde conocimiento respecto de este tema actual de las segundas nupcias y, su impacto social y económico.
Yo me despido compartiendo con ustedes una imagen de la celebración de mis segundas nupcias y una frase de uno de mis hijos: “Mamá, no lo puedo creer… ¡voy a ir a tu boda!” (explosión automática de felices carcajadas de parte de los presentes que lo escucharon).
Obviamente soy una firme creyente en los beneficios de hacer investigación de mercados; a eso me dedico, es mi pasión y vivo de ello.
A 27 años de haber iniciado este camino como freelancer y ahora como firma que ofrece servicios de Inteligencia & Consultoría, he sido testigo de una evolucion en la cultura de mis clientes y audiencias a favor de investigar su mercado, como camino imprescindible para entender qué está pasando con su industria, consumidores y competidores, y así poder tomar mejores decisiones para sus negocios y marcas.
Sin embargo, sigue presente la resistencia a establecer un presupuesto anual para esta práctica, especialmente entre empresas pequeñas y medianas de alcance local o regional. ¿Por qué? Creo que una de las razones es que sus propietarios y directivos visualizan a la investigación como una práctica esporádica o reactiva que sirve para dar contexto a una problemática específica y del momento. Esta visión, sin afán de ofender, es acotada y cortoplacista.
Los beneficios que un monitoreo continuo del mercado puede brindar a las empresas y sus marcas son incrementales: abonan a una toma de decisiones a favor de su competitividad, contribuyen a ganar la preferencia de sus targets y la lealtad de sus clientes, y les asegura un lugar mas sólido en el mercado en el largo plazo. Es algo así como adquirir la disciplina de hacer ejercicio: verás sus beneficios de forma gradual, siempre y cuando no dejes de hacerlo, pero ¡cuidado! Si decides dejar de ir al gym por unos meses, no sólo perderás el músculo adquirido, sino que te costará más trabajo regresar a tu estado físico deseado.
“¿Es caro hacer estudios de mercado?” Hmmmm no lo sé Rick… primero tendríamos que definir “caro”. Lo que sí te puedo decir es que no estudiar y monitorear tu mercado, de seguro te sale caro, muy caro, sólo que no lo ves.
La buena noticia es que la incorporación de herramientas digitales de investigación, que complementan las técnicas tradicionales, está provocando una democratización del servicio, volviéndolo más asequible para las empresas, menos invasivo para el consumidor y habilitando a firmas como Riedel a brindar un servicio menos oneroso para PyMEs y emprendedores, con un mayor alcance y en un menor tiempo.